martes, 3 de mayo de 2011
Cibersexo infantil en Filipinas


Kim y Maricel (no son sus nombres reales)



Maricel es una chica tímida, atractiva, y aparenta menos edad que sus 15 años. Pero en su corta vida ya ha tenido que lidiar con experiencias que marcarían a muchos adultos.

Hace dos años, su tía le habló de un trabajo en la ciudad de Olongapo, a varias horas de distancia de su casa.

"Me dijo que iba a trabajar como empleada doméstica y niñera", explica Maricel. "Pero cuando llegué allí, me dijo que me disfrazara y me pusiera frente a la computadora".

Ella incluso me mostró cómo hacerlo. Así que no tuve más remedio que seguir sus instrucciones".

Maricel se había convertido en lo que se conoce aquí como "una chica de chat de cibersexo".

Su amiga Kim cayó muy pronto en la misma trampa, y trabajó junto a ella.

"Hacíamos un show frente a la cámara, usando una cámara web y un teléfono", dice Kim.

"Cuando los clientes nos pedían que les mostráramos nuestro cuerpo nos quitábamos la ropa. Si quedaban satisfechos con nuestro show, nos pedían otro más".


Redada

El cibersexo -o el chat sexualmente explícito a través de internet- es una industria creciente en muchas partes del mundo, y uno de los países donde el negocio está en auge es Filipinas.



Lesley encontró 6 niñas sin ropa al entrar en esta vivienda


Un comercio sexual ya establecido, sumado a los altos niveles de pobreza y una población que habla inglés básico, significa que hay oferta de niñas.

Ni la policía ni la Oficina Nacional de Investigaciones (NBI, por sus siglas en inglés) tienen estadísticas precisas, pero calculan que podría haber miles de chicas trabajando en los cuartos traseros y apartamentos pequeños que suelen albergar a los antros del cibersexo.

En Filipinas cualquier tipo de sexo por internet es calificado como pornografía y por tanto ilegal.

Pero lo que más les preocupa a las autoridades es el número de niñas que son víctimas de la trata en estos antros, muchas de los cuales -como Maricel y Kim- tienen menos de 18 años, la edad legal de consentimiento.

La difícil situación de estas niñas es una preocupación importante para Lesley Ermata, una oficial de policía que se especializa en asuntos de la mujer.

Ermata trabaja en la ciudad de Angeles, la que, como Olongapo, tiene una próspera industria del turismo sexual.

"Es uno de los principales problemas que enfrentamos aquí", me explica mientras nos metemos en el coche para ir a una pequeña casa de una sola planta, que queda a unos 10 minutos de la estación de policía.

El año pasado Ermata asaltó el edificio con un grupo de colegas y encontraron allí seis niñas en varios grados de desnudez. La más joven tenía sólo 13 años.

Desde el exterior, no hay nada que sugiera que esta casa es diferente de todas las de su alrededor. Está en una concurrida calle suburbana, con una tienda en la esquina, y mucha gente pasa por allí todos los días.

La dueña del edificio, que también vive al lado, dice que no tenía la menor idea de que estaba siendo utilizado como sala de cibersexo. De hecho, asegura que nunca había conocido a ninguna de las seis chicas que allí trabajaban.

Si los vecinos realmente no saben lo que pasa, o si en realidad prefieren callar, es un tema de debate. Pero de cualquier manera, el hecho de que estas casas de cibersexo estén tan escondidas hace que sea muy difícil para la policía encontrarlas.

Ermata dice que su equipo depende casi totalmente de los informantes: las pocas chicas que escaparon y son lo suficientemente valientes como para hablar, y que también tengan suficientes pruebas como para que la policía pueda obtener una orden de registro.

"Hemos podido asaltar esta casa porque hubo una informante que escapó. Ella tenía un teléfono móvil en el que había grabado en vídeo a otras niñas cuando estaban online, de modo que había pruebas".


"Que se vayan al infierno"

Pero incluso cuando la policía puede cerrar una sala de cibersexo, no hay garantía de que sea capaz de encontrar a los propietarios.


Migdonio Congzon, jefe de la unidad de delitos informáticos de la NBI


"De momento no tenemos la capacidad de rastrear que las operaciones que se están llevando a cabo", explica Migdonio Congzon, el jefe de la unidad de delitos informáticos de la NBI.

"Ellos ya utilizan servidores proxy y sus sitios web [a menudo] están almacenados en sistemas fuera de las Filipinas", señala el experto, y añade que, incluso aunque pudieran dar con los responsables del cibersexo, enfrentarían otra difícil batalla para tratar de condenarlos.

"Las leyes están muy atrasadas. Ha habido casos presentados ante los fiscales, el caso va siempre a los fiscales antes de llegar a la corte, y hasta donde yo sé todos los casos todavía descansan en las oficinas de los fiscales".

En otras palabras, Congzon aún no ha oído hablar de una sola condena.

Quizás el mayor problema que Congzon enfrenta es que muchas personas simplemente no se dan cuenta de que esto es un problema grave que a menudo involucra a niñas menores de edad sometidas a trata.

Las operaciones de cibersexo incluso se han comparado a sí mismas con los centros de servicio telefónico de atención al cliente, diciendo que son parte de la industria de los servicios extranjerizados ("outsourcing"), un sector que está en auge en Filipinas.

La industria de los call centers intenta tomar distancia de estas afirmaciones.

Para Kim y Maricel, trabajar en esta industria ha sido una experiencia de la que les llevará tiempo y espacio recuperarse.

Ahora han salido del negocio del cibersexo. La sala donde trabajaban fue allanada el año pasado, y están al cuidado de una organización de caridad en Olongapo llamado Preda, dirigida por un sacerdote irlandés.

Pero los recuerdos de los hombres que les pagaban para actuar frente a la cámara todavía están frescos en sus mentes.

"Me sentía avergonzada cada vez que los veía frente a la computadora. Los odiaba, porque sentía que era una niña, ¿por qué me estaban haciendo esto?", dice Maricel.

Kim es más concisa. "Los odio. Quiero que se mueran y se vayan al infierno".

Los nombres de las niñas fueron cambiados para su seguridad.

Kate McGeown
BBC.co.uk



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