Si para hacerse una idea rápida de la belleza que el archipiélago encierra, hubiera que elegir una entre las siete mil islas que componen Filipinas, sin duda esa isla sería Bohol. Un paisaje singular, el río Loboc verde y frondoso, las playas de arena nívea y aguas turquesas, y un bagaje de historia en cada una de sus piedras.
En el aeropuerto de Tagbilaran esperan los «jeepneys» (autobuses locales), los «minibuses», las «motorinas»; todo tipo de transporte para movilizar al pasaje variopinto que acaba de aterrizar. La mayoría de los nativos ya saben lo que Bohol ofrece. Los extranjeros han oído hablar de sus colinas, de sus iglesias, de su mar, pero el descubrimiento de los encantos isleños sigue siendo una caja de sorpresas.
Situación de la isla de Bohol en Filipinas Bohol pertenece al grupo de islas centrales llamado «Bisayas», formando uno de los tres grandes bloques de Filipinas. Luzón al norte, Bisayas en el centro, y Mindanao al sur. Se la tiene por una tierra tranquila que siempre recibió con hospitalidad al foráneo que arribaba en sus costas. Tanto, que hasta en tiempos de Miguel López de Legazpi, allá por el siglo XVI, el sultán Sikatuna selló un pacto de sangre con el español que los hermanó de por vida. Poco antes, se había construido la primera iglesia de Filipinas, la de Baclayon, en el 1595. A ésta le siguieron muchas otras, entre ellas la del Río Loboc, lo que ha animado a incluir la ruta de las iglesias españolas, entre los atractivos turísticos de Bohol.
Playa de Panglao Uno de los primeros destinos tras pisar tierra «boholiana» suele ser la isla de Panglao. Pequeño apéndice de su isla madre, cuenta con las playas más turísticas de la zona. El camino a Panglao es un capítulo imprescindible del viaje a Bohol. En el se puede observar la vida cotidiana de los lugareños trabajando los campos de arroz, de ese verde iluminado que contrasta con los bosques de cocoteros que los bordean, con la vegetación selvática de las montañas, con el verde tierno del bambú y con el colorido de las bastas plantas y delicadas flores que crecen a cada segundo en el suelo tropical. Por las cabañas de paja «bahay kubo» asoman los rostros siempre sonrientes de quienes observan a sus observadores extranjeros. Es una mirada curiosa. Contiene un matiz de ironía al contemplar cómo el visitante se sorprende por lo que para ellos no es más que su normal entorno cotidiano. El carabao, el búfalo del agua que trabaja los campos, también se lo toma con esa calma que se respira en toda la isla, y su estampa suele ir acompañada de algunos pájaros amigos que, a la sombra del árbol de mango, le acompañan a pasar la tarde.
Las kilométricas playas de Panglao son de arena suave y la gama de azules del mar es amplia. A lo largo de la playa se suceden las residencias turísticas... sencillas... de lujo... de más lujo... Todas tienen en común la vista marinera, una playa bordeada de cocoteros, algún «talisay» (hermoso árbol tropical) de vez en cuando y unos fondos submarinos idóneos para el buceo. A Jacques Cousteau no se le escaparon, y muchos de sus espectaculares reportajes fueron rodados en las profundidades de las aguas filipinas, entre ellas las de Bohol.
Cualquier complejo turístico ofrece todo tipo de deportes acuáticos, entre ellos el buceo y su aprendizaje para los novatos. En un abrir y cerrar de ojos, siempre con las gafas puestas, el pez payaso, el pez globo, los bosques de corales y un sinfín de maravillas del mundo submarino se muestran al buceador entre la ingravidez y el silencio.
Flor de Ylang-Ylang Las noches las amenizan el canto del «toko» (salamandra cantarina), la orquesta de los sapos y esos sonidos nocturnos que sólo se escuchan en las noches tropicales. La dama de noche o el «Ylang-Ylang» perfuman el aire y el ron con coca-cola ayuda a disfrutar del momento y de los guitarristas que entretienen la velada con sus canciones, españolas la mayoría, que entonan con el finísimo oído de los nativos. No saben muy bien qué cantan, pero lo disimulan con un dramatismo muy conseguido.
Llega el momento esperado de visitar «las colinas de chocolate». De vuelta a la isla madre desde Panglao, en el camino hay que hacer honor al singular pacto de Legazpi y Sikatuna, representado en una estatua frente al mar y a la primera iglesia del archipiélago; mezcla de fuerte con grandiosos muros, templo, misión y escuela. Pasado un bosque artificial de árboles de caoba, empiezan a despuntar las picudas colinas. Moldeadas a la perfección, han sido merecedoras de su nombre por su parecido con un flan o con los «kisses» de chocolate. Verdes en la época de los monzones, se tornan de un marrón apagado cuando el sol quema la hierba. Así, poco a poco, se vuelven de color cacao que se desvanece en el horizonte, dando origen al más peculiar de los escenarios. Los científicos dicen que son formaciones submarinas que emergieron en tiempos remotos, y que a golpe de años de erosión adoptaron su especial anatomía. Según cuentan los locales, que son los que de verdad lo saben, las «colinas de chocolate» no son más que las lágrimas de amor que el dios Agoaa derramó al no ser correspondido por una mortal de la que se había enamorado perdidamente.
Río Loboc El postre de la excursión es el río Loboc. Por su cauce verde y caudaloso navegan las «bancas» (barcas locales) cargando la «nipa» que cortan en sus orillas, y con la que cubren los techos de sus casas. Navegan también los lanchones que pasean a los turistas y a los que, aparte de obsequiarles con la belleza del río, les ofrecen leche de coco, cocina nativa a base de mariscos, arroz y verduras... y los cánticos del barquero que igual a imita a Frank Sinatra que a Mike Jagger con maestría pasmosa.
Mono "Tarsier" No se puede abandonar Bohol sin haber saludado a uno de sus más genuinos personajes. El mono «tarsier», el más pequeño del mundo. De ojos saltones, mezcla de simio y murciélago, es oriundo de Bohol y vive alrededor del Loboc, donde también recibe con hospitalidad a los visitantes, siempre que estos le ofrezcan algún grillo apetecible.
En mayo se celebran las fiestas de Bohol. Se cuenta que todos los que emigraron no se pierden un mes de mayo y fiestas y que, por el peso de tanto visitante, la isla ese mes se hunde un poquito más, como Venecia. En fin... rumores.
Manena Munar
ABC.es