Durante un año, unas tres veces cada noche, Daniel se despertaba sobresaltado por las pesadillas. Tenía “sueños malos” y su madre, Pilar, convencida de que la inquietud de su hijo no era normal, decidió llevarlo a la consulta de una psicoterapeuta especialista EMDR (Desensibilización y reprocesamiento por el movimiento ocular). “Después de la primera sesión seguía despertándose por la noche, pero sólo una vez, y en seis sesiones – explica Pilar- desaparecieron por completo los sueños”.
Esta frase resume la eficacia de la psicoterapia EMDR para aliviar las emociones negativas y los síntomas provocados por la vivencia de acontecimiento traumático que, en el caso de Daniel, era el abandono por parte de su familia biológica. Daniel es un niño adoptado que llegó a España con su familia adoptante, a los once meses de vida. Las pesadillas y los sobresaltos nocturnos no llegaron inmediatamente sino que aparecieron cuando el niño tenía en torno a los 4 años. Estos sueños comprometían el descanso de Daniel y por eso durante el día se mostraba nervioso, pero sobre todo, estos sueños indicaban que Daniel sufría un trauma por abandono.
El primer día, en la consulta, Daniel explicó que tenía “sueños malos” y que temía que viniera alguien y le arrastrara, “¿y si me raptan?”, se preguntaba. La psicoterapeuta EMDR especialista en trauma por abandono Motserrat Lapastora, explica que era el miedo del niño al abandono y la inseguridad en la que vivía, lo que se reflejaba en las pesadillas.
Durante los dos primeros años de vida de una persona, la emoción, las percepciones y las sensaciones corporales se registran en la amígdala, así que el abandono también queda grabado en el cerebro. Esta “huella” o información en el cerebro hace que el niño desarrolle creencias. “En los niños adoptados la creencia es que no son queridos y cualquier respuesta negativa a sus deseos puede activar el miedo al abandono, a no ser querido…” explica la psicóloga Cristina Cortés. En general, en torno a los 6 años de edad, los niños viven una etapa de miedos (a los perros, a los monstruos, por ejemplo) que en un niño adoptado, que mira el mundo a través de esa creencia, serán más intensos. Estas manifestaciones de miedo son la forma que el niño tiene de expresar que no se siente a salvo.
El impacto por el abandono queda grabado en el hipocampo, en las redes neuronales y a través del protocolo EMDR, que se adapta a las características evolutivas del niño, se reprocesa la información. “La información pasa a entenderse, las redes neuronales se desatascan y lo que provoca dolor en el presente se acepta y se sitúa en el pasado”, dice Lapastora. Cortés hace referencia a la plasticidad del cerebro de los niños que, al estar en desarrollo, reorganiza la información de forma adaptativa más rápido.
Lo cierto es que los niños dejan de sufrir esas emociones negativas que provienen del abandono. Pilar, la madre de Daniel, reconoce que la psicoterapia EMDR le sorprendió por la forma en que ayudó a su hijo a sentir cómo se reducía el miedo hasta desaparecer. “Estoy encantada porque después de las sesiones, todo ha desaparecido y, aunque es posible que en el futuro salgan otras cosas, ya no tiene ese miedo inconsciente”, dice Pilar.
Los niños son conscientes del abandono cuando saben que son adoptados. Las consecuencias que este trauma por abandono provoca, pueden tener más o menos intensidad. La baja autoestima, la creencia universal de que hay algo malo en ellos y que tienen la culpa de que su familia biológica les dejara, la inseguridad, la baja resistencia a la frustración o la dificultad para desarrollar relaciones íntimas y sociales, son algunas de las consecuencias del abandono. Estos síntomas también aparecen cuando una persona adoptada es adulta.
A Marta la adoptaron al nacer y ahora, con más de 30 años reconoce que hay una huella por el abandono, una “herida primaria”. Por una parte “por el desconocimiento de las raíces, sientes un vacío que, explica, te impide construir tu identidad”. Por otra parte por la sensación de angustia constante. Marta tenía una creencia, que todas las relaciones personales eran temporales y que la iban a abandonar. Por eso era ella siempre la primera en abandonar sus relaciones. Además, “con los cambios a nivel personal sentía que había heridas pasadas que me impedían avanzar como quería y no podía construir una relación positiva”, dice Marta. Sentía miedo al rechazo, inseguridad frente a su capacidad laboral y personal, descontrol y en algunas ocasiones palpitaciones y la sensación de que tenía que acabar con todo.
Después de probar con diferentes tipos de terapia, decidió acudir a una psicóloga EMDR especialista en adopciones y comenzó la terapia. “El EMDR no te da explicaciones sobre tu pasado y al principio estaba tan concentrada en los recuerdos que iban saliendo çque no me daba cuenta del cambio emocional”, dice Marta. Pero empezó a encontrarse en situaciones frente a las que ya no reaccionaba mal, veía que podía llevar mejor las relaciones sociales y durante el proceso terapéutico ha logrado construir una relación sentimental sana y quedarse embarazada, un deseo que no había podido cumplir por la angustia con la que vivía.
Desde el punto de vista de Montserrat Lapastora, quien colabora con numerosas asociaciones de adoptados y de familias adoptantes, los padres adoptantes tienen que tener conocimientos porque los niños adoptados tienen unas necesidades diferentes. “Con el cariño no basta y no hay que añadir factores que puedan incrementar su baja autoestima”, explica. Si el niño presenta rabia, agresividad o problemas de aprendizaje, por ejemplo, su entorno debe entender que sufre una herida primaria y procurar su curación.
Si hay algo en común entre las personas adoptadas, es que sufren, en mayor o menor medida, un síndrome de abandono, pero su cordón umbilical afectivo se puede reparar. La psicoterapia EMDR hace que las emociones negativas por un acontecimiento pasado, algo que ha sucedido en nuestros primeros de vida y que nos ha afectado, deje de perturbarnos en el presente y podamos vivir plenamente.
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