martes, 13 de abril de 2010
140 filipinos emigran cada hora con destino a EEUU y Dubai
¿Qué ocurre cuando en un país no hay oportunidades para las clases medias? ¿Qué pasa cuando la incompetencia política y empresarial, agravada por la corrupción y el clientelismo, deja fuera del sistema a los profesionales que deberían vertebrar una sociedad? Aunque se podría responder a estas preguntas desde muchos países en desarrollo, existe uno donde la fuga de talentos y la emigración masiva de los más capaces han alcanzado dimensiones de modelo económico. Una nación situada en nuestras antípodas, pero que aún conserva el nombre de un Rey español.
Uno de cada diez ciudadanos de las Islas Filipinas trabaja fuera de su país. Se marchan a un ritmo de 3.377 al día, unos 141 a la hora. A pesar de la crisis, en 2008 encontraron trabajo en el extranjero 1.236.013 filipinos, un 15% más que el año anterior. Según algunos estudios, la economía de la ex-colonia española es tan dependiente de su esfuerzo que se colapsaría por completo si regresasen tan sólo la mitad. En un país con innumerables riquezas naturales y otras muchas posibilidades económicas, alrededor de un 12% del Producto Interior Bruto (PIB) proviene del dinero que los emigrantes envían a sus familias.
En algunos sectores la presencia filipina es ubicua. Por ejemplo, uno de cada cuatro marineros en todo el mundo tiene pasaporte de la ex-colonia española y cientos de miles de enfermeras del país asiático trabajan en hospitales y clínicas de Estados Unidos. Los obreros cualificados, electricistas y fontaneros de Arabia Saudí y Dubai suelen hablar entre ellos en tagalo: casi dos millones de filipinos hacen los trabajos cotidianos de los estados árabes bañados en petrodólares. Y eso por no hablar de las asistentes domésticas.
En Italia, “filipina” es la palabra que se usa para referirse a la chica de la limpieza. En Singapur y Hong Kong quizá no haya calado en el léxico, pero viene a ser lo mismo. Hasta en China, donde lo único que sobra es gente, hay filipinos en todo tipo de empleos. Sin ir más lejos, la señora que viene una vez por semana a limpiar mi apartamento de Pekín nació en Manila. En España, curiosamente, no hay demasiados filipinos. Tan sólo 41.780, quizá porque hablar inglés no es un plus en la mayoría de los trabajos que ofrecía, cuando los ofrecía, nuestra economía.
Aunque se tiende a pensar que todos los inmigrantes proceden de los sectores más pobres de sus países de origen, en muchos casos la verdadera fuga la suelen protagonizar las clases medias. En Filipinas, esto es especialmente cierto. Según datos del ente estatal que regula el flujo (la Administración de Filipinos trabajando en el Extranjero), en torno al 90% de los filipinos contratados en el extranjero tienen formación secundaria y/o profesional. Aunque no se ofrece un porcentaje, muchos de ellos han pasado incluso por la universidad. La mayoría hablan bien inglés y no es infrecuente que lo escriban mejor que quienes les dan empleo.
Cursos especiales para ‘super domésticas’
El Gobierno filipino, consciente desde hace años de que su principal exportación es la mano de obra, cuida especialmente el “producto”, con cursos especiales para quienes quieran emigrar, en muchos casos gratuitos. Durante mi estancia en Manila, he estado visitando algunos de estos centros. Ahí está el ejemplo de los cursos para “súper domésticas” que ofrece una escuela estatal de formación, el TESLA, donde cientos de mujeres, algunas con títulos de maestras o secretarias, aprenden a planchar, cocinar y hacer la cama según los gustos occidentales y de los países ricos de Asia y Oriente Medio. El objetivo es encontrar un trabajo, el que sea, en el extranjero.
De la fuga de cerebros en todo el mundo (ingenieros, economistas, abogados, investigadores…) se lleva hablando años, pero poco se sabe de la que protagonizan los rangos intermedios, quienes en definitiva vertebran un país y que en Filipinas acaban cada vez con más frecuencia en el extranjero. En la quinta nación con más hablantes de inglés del mundo, la enseñanza universal y obligatoria, las escuelas medias, la formación profesional, e incluso universitaria, es una inversión pública que sólo se rentabiliza cuando llegan las remesas que mandan los emigrados. “Aquí el que estudia y no es de buena familia, el que no tiene buenos contactos en sociedad, el que quiere salir adelante por mérito propio, puede optar a un sueldo ridículo en Filipinas o puede irse al extranjero”, me resume la hija de un político en el despacho de su padre, en las oficinas del Congreso.
Ángel Villarino
Cotizalia.com
Uno de cada diez ciudadanos de las Islas Filipinas trabaja fuera de su país. Se marchan a un ritmo de 3.377 al día, unos 141 a la hora. A pesar de la crisis, en 2008 encontraron trabajo en el extranjero 1.236.013 filipinos, un 15% más que el año anterior. Según algunos estudios, la economía de la ex-colonia española es tan dependiente de su esfuerzo que se colapsaría por completo si regresasen tan sólo la mitad. En un país con innumerables riquezas naturales y otras muchas posibilidades económicas, alrededor de un 12% del Producto Interior Bruto (PIB) proviene del dinero que los emigrantes envían a sus familias.
En algunos sectores la presencia filipina es ubicua. Por ejemplo, uno de cada cuatro marineros en todo el mundo tiene pasaporte de la ex-colonia española y cientos de miles de enfermeras del país asiático trabajan en hospitales y clínicas de Estados Unidos. Los obreros cualificados, electricistas y fontaneros de Arabia Saudí y Dubai suelen hablar entre ellos en tagalo: casi dos millones de filipinos hacen los trabajos cotidianos de los estados árabes bañados en petrodólares. Y eso por no hablar de las asistentes domésticas.
En Italia, “filipina” es la palabra que se usa para referirse a la chica de la limpieza. En Singapur y Hong Kong quizá no haya calado en el léxico, pero viene a ser lo mismo. Hasta en China, donde lo único que sobra es gente, hay filipinos en todo tipo de empleos. Sin ir más lejos, la señora que viene una vez por semana a limpiar mi apartamento de Pekín nació en Manila. En España, curiosamente, no hay demasiados filipinos. Tan sólo 41.780, quizá porque hablar inglés no es un plus en la mayoría de los trabajos que ofrecía, cuando los ofrecía, nuestra economía.
Aunque se tiende a pensar que todos los inmigrantes proceden de los sectores más pobres de sus países de origen, en muchos casos la verdadera fuga la suelen protagonizar las clases medias. En Filipinas, esto es especialmente cierto. Según datos del ente estatal que regula el flujo (la Administración de Filipinos trabajando en el Extranjero), en torno al 90% de los filipinos contratados en el extranjero tienen formación secundaria y/o profesional. Aunque no se ofrece un porcentaje, muchos de ellos han pasado incluso por la universidad. La mayoría hablan bien inglés y no es infrecuente que lo escriban mejor que quienes les dan empleo.
Cursos especiales para ‘super domésticas’
El Gobierno filipino, consciente desde hace años de que su principal exportación es la mano de obra, cuida especialmente el “producto”, con cursos especiales para quienes quieran emigrar, en muchos casos gratuitos. Durante mi estancia en Manila, he estado visitando algunos de estos centros. Ahí está el ejemplo de los cursos para “súper domésticas” que ofrece una escuela estatal de formación, el TESLA, donde cientos de mujeres, algunas con títulos de maestras o secretarias, aprenden a planchar, cocinar y hacer la cama según los gustos occidentales y de los países ricos de Asia y Oriente Medio. El objetivo es encontrar un trabajo, el que sea, en el extranjero.
De la fuga de cerebros en todo el mundo (ingenieros, economistas, abogados, investigadores…) se lleva hablando años, pero poco se sabe de la que protagonizan los rangos intermedios, quienes en definitiva vertebran un país y que en Filipinas acaban cada vez con más frecuencia en el extranjero. En la quinta nación con más hablantes de inglés del mundo, la enseñanza universal y obligatoria, las escuelas medias, la formación profesional, e incluso universitaria, es una inversión pública que sólo se rentabiliza cuando llegan las remesas que mandan los emigrados. “Aquí el que estudia y no es de buena familia, el que no tiene buenos contactos en sociedad, el que quiere salir adelante por mérito propio, puede optar a un sueldo ridículo en Filipinas o puede irse al extranjero”, me resume la hija de un político en el despacho de su padre, en las oficinas del Congreso.
Ángel Villarino
Cotizalia.com
Etiquetas: noticas de actualidad
Así es, gran reportaje.
El capital humano de los filipinos es impresionante, pero la corrupción ha dejado al país donde está ahora mismo.
En la primera época de Marcos, Filipinas fue segunda potencia asiática después de Japón (dejemos a China e India aparte por razones obvias). A partir de ahí, la corrupción como modelo.
Como los filipinos son tan familiares, no dudan en enviar parte de sus ganancias a casa. Y de paso mantienen el país.
Qué pena que funcionen las cosas así.