miércoles, 17 de diciembre de 2008
Cómo ser un padre adoptivo jardinero
Johanne Lemieux, trabajadora social quebequesa especializada en adopción internacional, desarrolló este tema en una conferencia otorgada en julio y dirigida a los padres adoptivos y al personal de algunas autoridades centrales de adopción suizas.
Tejer una relación de apego entre un niño y sus padres, ya sean biológicos o adoptivos, es una cuestión de supervivencia para el niño. Gracias a este vínculo invisible que sustituye al cordón umbilical, los padres pueden comprender a su hijo y responder a sus necesidades. En cuanto al niño, adquiere la capacidad de relacionarse con los otros. Este vínculo existe cuando el niño pone completamente en manos de sus padres su supervivencia y su desarrollo. En efecto, el apego no es sinónimo de amor sino que se refiere más bien a la relación de confianza y seguridad que el niño establece respecto a sus padres. Si este vínculo no existe o se rompe, por ejemplo por un abandono, el niño desarrolla instintivamente sus propios medios de supervivencia, pero éstos pueden serle nefastos. Desgraciadamente, este vínculo no es automático: incluso en las familias biológicas, todo debe construirse.
¿Qué hay que hacer para cultivar el apego? Johanne Lemieux, trabajadora social quebequesa especializada en adopción internacional, propone herramientas y un método para conseguirlo, que presentó en julio pasado ante profesionales y padres adoptivos suizos en una conferencia.
Evaluar la capacidad del niño para crear una relación de apego
Al tratarse de una relación adoptiva, los padres deben, en primer lugar, evaluar la capacidad del niño para relacionarse con los otros. En otras palabras, según Johanne Lemieux, se trata para los padres de comprender en qué etapa de la construcción de su “modelo operativo interno seguro” se encuentra el niño. ¿Tiene aún espacio para tejer una relación de apego con sus padres o este espacio está completamente invadido por los mecanismos de supervivencia que ha desarrollado? En este último caso, los padres adoptivos deben “programar de nuevo” a su hijo para permitirle desarrollar su modelo operativo interno seguro.
¿Cómo desarrollar un apego?
La quebequesa compara al niño con una planta recién nacida y a sus padres con los jardineros encargados de hacerla crecer. Entre ellos, se encuentra el jardín, espacio intermedio común, en el cual va a poder construirse un vínculo seguro. Cada padre aporta un gran número de recursos, necesidades y “minas antipersonales” que caracterizan los obstáculos encontrados a lo largo de su vida y que han sido mal superados y escondidos en el fondo de ellos mismos. Estas minas hacen el tejido de la relación de apego más complejo. El niño aporta, por su parte, una gran cantidad de necesidades y también de recursos. A diferencia del hijo biológico, el niño adoptado trae también sus propias minas (abandono, desamparo, abusos…). El papel de los padres adoptivos consiste en acogerles sean éstas las que sean. Para ello, deben ser aún mejores jardineros que los padres biológicos. Cierto es que no deben esperar a que no queden más minas, pero es importante que tenga conciencia de estas últimas y que dispongan de más recursos que de minas para poder ser padres sólidos.
Las temporadas del apego
En función de su experiencia, los niños llegan a su familia adoptiva con más o menos minas y una predisposición más o menos favorable al apego. En este marco, Johanne Lemieux habla de temporadas de apego y propone los siguientes tipos de niños adoptados:
# Los niños primavera (10-15% de los adoptados): Estos niños crecen sin grandes problemas. Nacidos generalmente al final de los nueve meses de embarazo y con buena salud, contaron con un cuidado individual y fueron adoptados de pequeños.
# Los niños verano (aproximadamente 40% de los adoptados): Estos niños viven algunas dificultades de apego como consecuencia de separaciones dolorosas y/o numerosas. Después de un año de atención y de cuidados apropiados, son capaces de aceptar que un adulto pueda ser fiable y se desarrollan bien.
# Los niños otoño (aproximadamente 40% de los adoptados): Estos niños presentan dificultades de desarrollo y de comportamiento. Cuando los padres adoptivos encuentran la manera adecuada de cuidarles, estos niños pueden desarrollarse pero pondrán constantemente a prueba el vínculo creado. Por lo tanto y para afrontar este reto es importante que los padres sean más bien jóvenes para que dispongan de la suficiente energía.
# Los niños invierno (10 al 15% de los adoptados): Estos niños presentan un desarrollo problemático y padecen una grave minusvalía del apego. Sin ayuda profesional exterior, los padres no conseguirán controlar su relación con el niño ni acompañar su desarrollo.
En este contexto, J. Lemieux hace hincapié en la importancia de pedir rápidamente ayuda a profesionales a partir de la aparición de trastornos en el niño. Entre sus otros consejos fundamentales a los padres adoptivos, considera indispensable estar constantemente presentes para el niño durante el primer año a partir de su llegada.
¿Cómo se puede comprobar que existe una buena relación de apego con el niño?
Para comprobar que existe una buena relación de apego entre el niño y sus padres adoptivos, J. Lemieux da varias pistas, como por ejemplo: el niño se deja mirar a los ojos, se deja consolar y tocar. Es capaz de saber que su madre existe incluso cuando no está presente. Comprende que su padre sabe cosas que el ignora y que está ahí para protegerle. Así pues, el buen reflejo de apego de un niño es refugiarse en los brazos de su padre en presencia de una persona extraña.
Estos factores reunidos permiten comprobar que los padres y el niño se han convertido en únicos en el mundo y en irremplazables el uno por el otro.
Servicio Social Internacional
Centro Internacional de Referencia para los Derechos del Niño Privado de Familia (SSI/CIR)
Boletín Mensual N° 7-8/2008 Julio/Agosto 2008
Tejer una relación de apego entre un niño y sus padres, ya sean biológicos o adoptivos, es una cuestión de supervivencia para el niño. Gracias a este vínculo invisible que sustituye al cordón umbilical, los padres pueden comprender a su hijo y responder a sus necesidades. En cuanto al niño, adquiere la capacidad de relacionarse con los otros. Este vínculo existe cuando el niño pone completamente en manos de sus padres su supervivencia y su desarrollo. En efecto, el apego no es sinónimo de amor sino que se refiere más bien a la relación de confianza y seguridad que el niño establece respecto a sus padres. Si este vínculo no existe o se rompe, por ejemplo por un abandono, el niño desarrolla instintivamente sus propios medios de supervivencia, pero éstos pueden serle nefastos. Desgraciadamente, este vínculo no es automático: incluso en las familias biológicas, todo debe construirse.
¿Qué hay que hacer para cultivar el apego? Johanne Lemieux, trabajadora social quebequesa especializada en adopción internacional, propone herramientas y un método para conseguirlo, que presentó en julio pasado ante profesionales y padres adoptivos suizos en una conferencia.
Evaluar la capacidad del niño para crear una relación de apego
Al tratarse de una relación adoptiva, los padres deben, en primer lugar, evaluar la capacidad del niño para relacionarse con los otros. En otras palabras, según Johanne Lemieux, se trata para los padres de comprender en qué etapa de la construcción de su “modelo operativo interno seguro” se encuentra el niño. ¿Tiene aún espacio para tejer una relación de apego con sus padres o este espacio está completamente invadido por los mecanismos de supervivencia que ha desarrollado? En este último caso, los padres adoptivos deben “programar de nuevo” a su hijo para permitirle desarrollar su modelo operativo interno seguro.
¿Cómo desarrollar un apego?
La quebequesa compara al niño con una planta recién nacida y a sus padres con los jardineros encargados de hacerla crecer. Entre ellos, se encuentra el jardín, espacio intermedio común, en el cual va a poder construirse un vínculo seguro. Cada padre aporta un gran número de recursos, necesidades y “minas antipersonales” que caracterizan los obstáculos encontrados a lo largo de su vida y que han sido mal superados y escondidos en el fondo de ellos mismos. Estas minas hacen el tejido de la relación de apego más complejo. El niño aporta, por su parte, una gran cantidad de necesidades y también de recursos. A diferencia del hijo biológico, el niño adoptado trae también sus propias minas (abandono, desamparo, abusos…). El papel de los padres adoptivos consiste en acogerles sean éstas las que sean. Para ello, deben ser aún mejores jardineros que los padres biológicos. Cierto es que no deben esperar a que no queden más minas, pero es importante que tenga conciencia de estas últimas y que dispongan de más recursos que de minas para poder ser padres sólidos.
Las temporadas del apego
En función de su experiencia, los niños llegan a su familia adoptiva con más o menos minas y una predisposición más o menos favorable al apego. En este marco, Johanne Lemieux habla de temporadas de apego y propone los siguientes tipos de niños adoptados:
# Los niños primavera (10-15% de los adoptados): Estos niños crecen sin grandes problemas. Nacidos generalmente al final de los nueve meses de embarazo y con buena salud, contaron con un cuidado individual y fueron adoptados de pequeños.
# Los niños verano (aproximadamente 40% de los adoptados): Estos niños viven algunas dificultades de apego como consecuencia de separaciones dolorosas y/o numerosas. Después de un año de atención y de cuidados apropiados, son capaces de aceptar que un adulto pueda ser fiable y se desarrollan bien.
# Los niños otoño (aproximadamente 40% de los adoptados): Estos niños presentan dificultades de desarrollo y de comportamiento. Cuando los padres adoptivos encuentran la manera adecuada de cuidarles, estos niños pueden desarrollarse pero pondrán constantemente a prueba el vínculo creado. Por lo tanto y para afrontar este reto es importante que los padres sean más bien jóvenes para que dispongan de la suficiente energía.
# Los niños invierno (10 al 15% de los adoptados): Estos niños presentan un desarrollo problemático y padecen una grave minusvalía del apego. Sin ayuda profesional exterior, los padres no conseguirán controlar su relación con el niño ni acompañar su desarrollo.
En este contexto, J. Lemieux hace hincapié en la importancia de pedir rápidamente ayuda a profesionales a partir de la aparición de trastornos en el niño. Entre sus otros consejos fundamentales a los padres adoptivos, considera indispensable estar constantemente presentes para el niño durante el primer año a partir de su llegada.
¿Cómo se puede comprobar que existe una buena relación de apego con el niño?
Para comprobar que existe una buena relación de apego entre el niño y sus padres adoptivos, J. Lemieux da varias pistas, como por ejemplo: el niño se deja mirar a los ojos, se deja consolar y tocar. Es capaz de saber que su madre existe incluso cuando no está presente. Comprende que su padre sabe cosas que el ignora y que está ahí para protegerle. Así pues, el buen reflejo de apego de un niño es refugiarse en los brazos de su padre en presencia de una persona extraña.
Estos factores reunidos permiten comprobar que los padres y el niño se han convertido en únicos en el mundo y en irremplazables el uno por el otro.
Servicio Social Internacional
Centro Internacional de Referencia para los Derechos del Niño Privado de Familia (SSI/CIR)
Boletín Mensual N° 7-8/2008 Julio/Agosto 2008
Etiquetas: educación