lunes, 1 de febrero de 2010
Gallego solidario


Carlos Sánchez vendió su negocio de horticultura para dedicarse a la solidaridad. Quince años después de aquel paso, llega a su octavo destino en cuatro continentes

Rozando los cuarenta, un viaje a la República Dominicana cambió el curso vital de Carlos Sánchez. Llegaba la década de los noventa a su ecuador y este santiagués visitaba a un amigo, coordinador de un proyecto de cooperación en Santo Domingo. Lo que vio y vivió entonces le hizo reflexionar en su regreso a Gondomar, donde mantenía un negocio de jardinería, a medias con un socio, y daba cursos de horticultura a parados. Hoy, catorce años después, explica aquel viraje con una cierta perspectiva: «Me dedico a la cooperación porque, siendo consciente de que pertenezco al 20% de población privilegiada de este planeta, me siento bien cuando puedo contribuir a mejorar las condiciones de vida del otro 80% que no ha tenido las mismas oportunidades que yo».

Carlos está ya en los 54 años y lleva once dedicado de forma completa a la ayuda internacional al desarrollo. Comenzó echando un cable en la sede de Intermón en Vigo. Luego vendió su negocio y ahora es un veterano en la cooperación gallega por medio planeta. Filipinas es, desde septiembre, su octavo destino, su primero en Asia tras pisar América, Europa y África. Está al cargo de un programa complejo que le mantendrá en el país durante cuatro años. Complejo por varios motivos. Por la dispersión geográfica: «El proyecto se desarrolla en dos regiones diferentes, Caraga y Bicol, y en dos islas diferentes, Luzón y Mindanao, con las dificultades de comunicación que tiene este archipiélago de 900 islas que es Filipinas». Por abarcar muchos sectores «que reduce el posible impacto de las acciones». Y porque se trabaja «con demasiadas contrapartes y localizadas en lugares diferentes, lo que dificulta la coordinación y el seguimiento».

La iniciativa que coordina Carlos tiene varias dianas. Sirve de apoyo a comunidades de pescadores para mejorar los recursos pesqueros; a agricultores para optimizar el rendimiento de sus tierras y conocer la agricultura ecológica; y a artesanos, para advertir nuevas vías de comercialización de productos. También permite a la población local acceder a microcréditos para actividades productivas, propone la recuperación de zonas degradadas y suministra agua potable y saneamiento. «La respuesta es muy positiva, todo lo que se hace responde a las necesidades identificadas por nuestras contrapartes locales, que llevan años trabajando en estas comunidades, y se benefician de mejoras en servicios o la gestión de los recursos agrícolas, pesqueros y acuíferos», detalla.

Contratado por el Instituto para la Promoción y Apoyo al Desarrollo (Ipade), financiado por la Aecid y con actuaciones en tres países -Vietnam, Camboya y Filipinas-, el actual es el programa más extenso en el que Carlos se ha embarcado desde que decidió cambiar la atención a las plantas por la intervención en el sur. Se inició en 1998 junto a Solidaridad Internacional en un plan de ayuda humanitaria en Guayaquil (Ecuador). Luego llegaron Kosovo, para reconstruir aldeas albanokosovares; Mozambique, para construir 120 viviendas para damnificados por unas inundaciones; los campamentos de refugiados de Tindouf (Argelia); Guatemala y por dos veces los territorios palestinos. Ahí vivió algunos de sus peores momentos: «Los cooperantes nunca somos bienvenidos por el Ejército israelí, porque saben que somos testigos y denunciamos barbaridades y violaciones de los derechos humanos».




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Enrique Campoamor a las 9:38 a. m. | Permalink |


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