miércoles, 18 de enero de 2012
Los restos de la impronta española en Filipinas



Acabo de regresar de un viaje a las Filipinas (el vuelo tomó 27 horas desde Estados Unidos), donde fui a investigar el sistema de pensiones. Solo estuve en "Metro Manila" que comprende 15 ciudades con 16 millones de habitantes, de una población total de 90 millones. No pude visitar las bellezas naturales en el norte y en el sur.

En 1564 comenzó la colonización española que duró más de 300 años. Para que los frailes pudiesen identificar a los nativos, les dieron a escoger de una lista de nombres castellanos, que aún hoy perduran en los filipinos y en las calles; pero el castellano no logró sustituir a los dialectos indígenas. Manila floreció con los galeones que intercambiaban especies y mercancías chinas por el oro y plata mexicanos desde el puerto de Acapulco, pero el lucrativo intercambio desapareció a fines del siglo XVIII.

La derrota española en la guerra hispano-cubana-americana provocó la pérdida de Cuba y las Filipinas en 1898. Durante la colonia de EE UU se implantó el inglés como lengua oficial enseñada en las escuelas. La ocupación norteamericana fue interrumpida por la invasión japonesa durante la II Guerra Mundial; en 1945, Manila fue destruida por el bombardeo de MacArthur frente a la fuerte resistencia nipona, causando 150.000 muertes de civiles. Los filipinos alcanzaron la soñada independencia en 1946.

Hoy, casi nadie habla castellano, aunque la élite educada lo domina. La lengua principal es el tagalo (uno de los 165 dialectos existentes) con palabras españolas mezcladas que muchos filipinos creen que son parte del idioma vernáculo. El inglés es el segundo idioma, pero no todos lo hablan.

Casi todo lo relacionado con el comer es en castellano: mesa, silla, cubiertos, cuchillo, cuchara, tenedor, servilleta, merienda, vaso y botella. "Platos" típicos son el lechón, el adobo (de cerdo y pollo), la caldereta (de cabra) y el arroz caldo; se conservan tapas, puchero, leche, repollo, calabaza, harina (sin h) y jamón (con h), pan y mantequilla, carne, calamares, patatas, chocolate, limonada, azúcar (asúkal) y manzana, pera, uvas, papaya, melón y pomelo. Partes del hogar y los muebles continúan siendo llamados puerta, ventana, cama, sofá, aparador y escaparate. Los meses y los días de la semana son en castellano. Lo mismo ocurre en la ropa: pantalón, blusa, zapatos, camiseta, calzoncillo, sombrero, corbata y algunas palabras antiguas como chinelas y saya. También las familiares (padre y madre, abuelo y abuela, compadre y comadre), partes del cuerpo (cabeza, mano, brazo, lengua), oficios (carpintero, barbero, dentista, mecánico, basurero, juez, sastre, capitán), religión (iglesia, católico, Dios, Virgen María), negocios y servicios (botica, banco, hacienda, cementerio), animales (toro, caballo, pato) y flores (rosas, jazmín).

Se pide "permiso", una característica nacional es el "amor propio", los hombres tienen "queridas" pero no se usa "queridos", y hay "guapos" pero no "guapas" (a pesar de la aparente inequidad de género ha habido dos "presidentas"). Si uno está "aburrido" se va a una "fiesta", toma un "café" o una "cerveza" San Miguel y se despide con un "adiós".

En la ciudad colonial ("Intramuros") perduran las murallas casi intactas, el Fuerte de Santiago que domina el río, la iglesia de San Agustín (la más antigua del país), el manuscrito del héroe nacional José Rizal El último adiós y una mansión reconstruida (Casa Manila) con bellísimos muebles antiguos de rejilla y estupenda cerámica española. El Museo Ayala tiene la mejor colección de oro que he visto, y el Museo del Pueblo Filipino exhibe los restos del galeón San Diego hundido en 1600 con un centenar de piezas de vajilla española.

Filipinas es una sociedad multiétnica, gran parte de la población es de descendencia china, y muchos son ricos. Los dos hoteles más lujosos son el Sangri-la y el Mandarín. Chinatown se extiende dos kilómetros, flanqueada por dos puertas chinas, y atiborrada de establecimientos de todo tipo. El enorme cementerio chino está lleno de "apartamentos", muchos de dos pisos, con aire acondicionado, cocina y baño. Para el día de difuntos los familiares van en la víspera, duermen en el piso superior, y al día siguiente preparan sus comidas y juegan al dominó o al majong frente a las tumbas de sus antepasados.

La influencia norteamericana es evidente, la comida rápida (McDonald's, Kentucky Fried Chicken, Dunkin Donuts) ya está creando obesidad. El pasatiempo en Manila es el malling, pues el calor es abrumador y los malls tienen aire refrigerado. En Makati (el centro de negocios y de los grandes hoteles), el Greenbelt Mall se compone de cinco edificios inmensos, conectados por jardines tropicales, tiendas de marcas famosas y docenas de restaurantes.

El tráfico en Manila es horroroso (peor que en Ciudad México). Una distancia corta que el domingo se recorre en taxi en 20 minutos, toma una hora y media durante días de trabajo. El vehículo más popular es el jeepney, un híbrido con frente de jeep y alargado atrás para dar cabida a 16 pasajeros. Hay un tren elevado, siempre abarrotado, y los buses grandes son escasos.

Los filipinos son muy amables y corteses. Un gesto común de bienvenida es llevarse la mano derecha al corazón o una pequeña reverencia. A pesar de sus penurias lucen risueños y aman las "fiestas" y la música.

Carmelo Mesa-Lago es catedrático de Economía y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos).


Carmelo Mesa-Lago
ElPais.com




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Enrique Campoamor a las 10:44 a. m. | Permalink |


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