miércoles, 27 de diciembre de 2006
Hay niños que piden más que un abrazo


Carlos Ortega y Mara Luquero con sus hijas adoptadas


Cientos de familias adoptan a menores con problemas, pero muchos más siguen sin tener quien les acoja
Hace décadas llevaban encima, como una maldición, la etiqueta de "no adoptables". Hoy, centenares de familias españolas (209 casos en Andalucía en 2005, 76 en la Comunidad de Madrid) asumen cada año el reto de acoger o adoptar a niños con necesidades especiales, ya sea por una discapacidad, una enfermedad crónica, un trastorno de conducta o un historial de maltrato.

Hay menores que se harán mayores sin familia. Que vivirán en una especie de internado permanente hasta que, a los 18 años, el centro de protección les abrirá, con más o menos apoyo, la puerta de la calle. Hay niños que casi nadie quiere porque tienen una enfermedad crónica, una discapacidad, hermanos, más de siete años o la piel de otro color. Se califican, en jerga administrativa, como menores de necesidades especiales, aquellos que hace algunas décadas se consideraban "no adoptables" por los servicios de protección, que presuponían que ninguna familia aceptaría un menor con retraso psicomotor o una niña con un raro síndrome que la acompañará de por vida.

Sin embargo, sí las hay. Mara y Carlos, madrileños, son padres adoptivos de dos gemelas, una de las cuales tienen un raro síndrome. Lola y Santos, andaluces, adoptaron hace 13 años un niño con retraso psicomotor y, sucesivamente, otros cuatro con anticuerpos de distintas enfermedades. Las hay, aunque son muchas menos que las personas que acuden a otro país para adoptar niños pequeños y preferentemente sanos.

En 2005, según el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, se formalizaron 5.423 adopciones internacionales y 800 nacionales. Es difícil precisar cuántos de los menores españoles eran de necesidades especiales porque son datos que las comunidades autónomas, competentes en protección de la infancia, no suministran al ministerio. En Andalucía, por ejemplo, se adoptaron o acogieron 209 niños de este perfil durante el año 2005, aunque la lista de los menores que están pendientes de encontrar un hogar donde les quieran es sólo un poco inferior (168). En la Comunidad de Madrid, el mismo año, otros 76 menores de estas características fueron acogidos o adoptados.

Aceptar a un niño especial requiere una ración extra de generosidad, de ahí que pasme la historia de Lola González y Santos Olmedo. Sin hijos biológicos, la pareja ha creado una familia numerosa con cinco pequeños etiquetados como especiales por sus enfermedades o características. "No me parece mal que la gente busque fuera pero aquí en España hay muchos niños que necesitan una familia, no se puede pretender tener bebés a la carta, guapos y de ojos azules; yo no vi a ninguno de mis hijos hasta que dijimos que sí", reflexiona Lola. "No hay ningún mirlo blanco, por así decirlo. La creencia que uno tiene del típico bebé recién nacido y completamente sano es lo menos frecuente", observa Santos.

El primer menor, al que adoptaron en 1993, cuando tenía dos años, pesaba siete kilos y parecía autista. No hablaba, ni caminaba. "Era un caso bastante complicado y las perspectivas que nos daban no parecían muy halagüeñas". Santos, pediatra, se oponía a esa adopción. Lola, auxiliar de enfermería, se empeñó en ella, confiada en el potencial de aquel pequeño con retraso psicomotor y un historial de maltrato.

Cuatro años después ensancharon la familia con un crío de tres años con los anticuerpos de la hepatitis C y una biografía que empeoraba la anterior. Al pequeño le habían maltratado sus padres biológicos, primero, y sus abuelos, después. Ahora, a sus 12 años, es el más interesado en indagar sobre sus orígenes. "¿En qué barriga habré estado?", pregunta a menudo.

El tercer pequeño que adoptó el matrimonio andaluz también llegó lastrado con los anticuerpos de la hepatitis C, igual que la cuarta, porque Lola quería una niña para compensar la hegemonía masculina. Hace cuatro meses la saga engordó con una cría rolliza a la que se atribuye un retraso inapreciable. En principio, no habrá más. "Mi padre me ha dicho que se va de casa como traiga otro", bromea Lola en su vivienda de San Roque (Cádiz).

Una casa sin secretos. Sin milagros. Si acaso, la única trampa es el privilegio de contar con un pediatra de permanente guardia doméstica. "Es un alivio, aunque normalmente se ponen malos cuando el padre está en el trabajo", confiesa con picardía Lola. "No nos hemos visto nunca mal para llevarlos adelante, somos tranquilos, aunque te agobies en algunos momentos; ellos, además, me ayudan muchísimo", aclara.

No hay razones religiosas que les hayan dictado sus decisiones. "Creo que es más fácil que tener hijos propios, ellos están aquí, tú sabes que están aquí y que necesitan una familia", relata. No esgrimen discursos hipócritas: "Lo hacemos por nosotros, porque queremos tener niños". Ni exigen hijos prodigiosos: "Pretendemos que sean personas independientes y felices".

La Fundación Meniños capta familias como la de Lola y Santos en la Comunidad de Madrid y Asturias. Se buscan abrazos se llama su programa para proporcionar un hogar de acogida a menores con características especiales por sus vivencias, estado de salud o características. "Encontrar una familia nunca es fácil", afirma Pilar Ferrezuelo, psicóloga de la fundación. "A veces, con el amor no basta", añade.

Gracias a este programa, 224 menores han encontrado acogedores en la Comunidad de Madrid y Asturias desde 1999. Los hogares son heterogéneos: monoparentales, matrimonios, con hijos biológicos o sin ellos, religiosos, izquierdosos. Lo que reclama la fundación es, ante todo, estabilidad económica, laboral, personal y psicológica de quienes deseen abrir su casa a un menor. "La integración puede fallar en algunas ocasiones, pero no mucho más que en otros casos, porque cuando inician el procedimiento están sensibilizados con lo que van a encontrar", sostiene la psicóloga.

Carlos Ortega y Mara Luquero no fallaron. Sus gemelas, acogidas en 2001 con dos años, han culminado el proceso de adopción. Una de las niñas está sana. Otra tiene una discapacidad y el síndrome de Delleman, una infrecuente enfermedad caracterizada por defectos oculares, cerebrales y cutáneos. "Era un semivegetal, no podía hacer nada, ni gatear", describe su madre.

Mara, una funcionaria ahora en excedencia, conoció a sus futuras hijas en un centro de protección donde trabajó como voluntaria, algo que no suele ocurrir de antemano. Las gemelas habían sido abandonadas por sus padres, una pareja hispano-marroquí, que no puso pegas a la adopción.

"Estaba muy mal, pero fue una cosa de corazón, un flechazo, no pensé los problemas que podía tener, me dije que ya los iría resolviendo poco a poco", recuerda.

Para Carlos, un informático de la Universidad Autónoma de Madrid de talante reflexivo, resultó "determinante" el contacto: "En cuanto las conocí, las acepté, con un poquito de dios mío, ¿podremos?, tuve miedo, pero como todo en la vida, si quieres lo haces".

El coste físico resulta lo más duro para ambos. "Se nota, sobre todo porque hasta los cuatro años le ha costado soltarse, y cuando se pone como un palo con una rabieta son 15 kilos", describe Carlos. El pronóstico de la cría era "de pena". "No se sabía si podría hablar, andar o ponerse de pie, con dos años emitía sonidos guturales". Ahora acude a un colegio de integración, corre, está aprendiendo a leer y ha progresado "infinitamente". "No soy un propagandista de la familia, pero es necesario que los menores tengan un entorno en el que se sientan queridos, y eso en los centros no se da", defiende el padre.

Coincide con su reflexión la profesora de Psicología Evolutiva de la Universidad de Sevilla, Yolanda Sánchez: "El acogimiento residencial español dista mucho del orfanato, están muy bien atendidos, pero no son una familia y los niños necesitan un contexto estable". En su opinión, es "comprensible" que las parejas se sientan menos capaces de adoptar niños de estas características que bebés sanos, pero considera que "el sistema español tiene que buscar familias que se sientan capaces". En 2001 esta doctora en Psicología estudió la adopción de menores discapacitados en 62 familias. Concluyó que habían encontrado alguna dificultad mayor que las 331 familias que habían adoptado menores sin discapacidad, pero un similar nivel de satisfacción. De hecho, sólo una de las 62 estudiadas se había replanteado continuar con la adopción. "A pesar de que los niños y niñas con discapacidades requieren cuidados específicos y mayores dosis de paciencia, ya que probablemente la velocidad de desarrollo puede ser más lenta en algunas áreas, al tiempo que se encuentran mayores problemas en sus hijos en los distintos momentos de la convivencia, las familias que adoptaron a estos niños se sienten igual de satisfechas con la adopción que el resto", recoge en su investigación. El éxito descansa, a su juicio, en la información previa de los adoptantes. "La preparación posibilita que se ajusten más las expectativas", afirma.

A Lola Delgado, jefa de servicio de Medidas de Integración Familiar de la Junta de Andalucía, le sorprenden a diario las personas que adoptan a estos críos. "Suelen estar muy centradas en la crianza de los hijos, pero no les piden grandes retos, sino pequeños; son familias especiales".

Del servicio de Lola Delgado dependen los 168 menores de este perfil pendientes de ser acogidos o adoptados en Andalucía. Son críos que han vivido experiencias traumáticas (abusos sexuales, malos tratos o abandono) que han justificado la retirada de la tutela a sus familias biológicas y su ingreso en una residencia. "Tienen que acostumbrarse a vivir con el abandono y si nunca desarrollan una figura de apego les generará carencias a lo largo de su vida", expone Delgado.

Sin un acogimiento o adopción que lo impida, crecerán sin conocer más referentes que los pedagogos, psicólogos, trabajadores sociales y educadores de los centros de protección. Se harán mayores sin haber sido niños del todo.


Los enfermos, los más rechazados

Rosario Artamendi, que pertenece al departamento de Psicología Evolutiva de la Universidad de Oviedo, estudió los perfiles de los menores y de las personas acogedoras que participaron en el programa Se buscan abrazos de la Fundación Meniños.

Entre los 52 pequeños acogidos por 36 familias se incluía un 23% de discapacitados (síndrome de Down, parálisis cerebral, síndrome de alcoholismo fetal...), un 27% con alguna enfermedad (VIH, cardiopatías, hepatitis...) y un 29% de otra etnia o raza.

De su investigación se concluye que la diferencia étnica es el elemento más aceptado por las familias, mientras que los trastornos de comportamiento y las enfermedades son lo más rechazado por las personas dispuestas a acoger niños. "La característica especial que no llega a ser aceptada en principio por ninguna familia es trastornos del comportamiento", plantean en el artículo. En contraposición, el 75% acogería a niños de otra etnia, y presumiblemente de otra raza.

Artamendi estudió a las familias que respondieron a la campaña lanzada desde la Fundación Meniños para buscar hogares. De las que siguieron adelante en el programa, el 63% eran parejas, la mayoría con hijos biológicos. El 90% de las familias se mostró dispuesto a acoger a niños con más de ocho años, pero la cifra descendía conforme aumentaba la edad de los menores.

Finalmente, sólo un 20% acogería a adolescentes de entre 13 y 15 años. En cuanto a los grupos de hermanos, el 33% se declaró dispuesto a aceptar dos y sólo el 4% llevaría a su casa a tres hermanos.

TEREIXA CONSTENLA (Sevilla)
El Páis, 24/12/2006

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Enrique Campoamor a las 5:24 p. m. | Permalink |


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