lunes, 7 de julio de 2008
Los pescadores filipinos atrapados en la pobreza por la falta de pescado



La apabullante miseria destroza las vidas de los pescadores de Filipinas, desde que hace un tiempo en sus redes cada vez hay menos peces a causa de la contaminación de las aguas y la desmesurada explotación de la pesca.

Estos hombres de la mar, habituados a los peligrosos tifones que azotan el archipiélago todos los años, se ven ahora incapaces de afrontar la estelar subida de los precios de los combustibles y los alimentos.

'Nuestra vida nunca ha sido fácil, no tenemos nada, pero ahora la situación es mucho peor y el Gobierno no nos ayuda', explica a Efe Diego Silar, un pescador de 60 años que desde niño se ha dedicado a la pesca.

Silar vive con su mujer y cuatro hijos en Calibuyo, una pequeña aldea costera de la provincia de Cavite, situada a unos 50 kilómetros al sur de Manila.

En esta localidad residen cerca de un centenar de familias, las menos desafortunadas hacinadas en minúsculas viviendas de ladrillo y tejado de uralita, y el resto en chabolas construidas con planchas metálicas y cañas de bambú.

'Antes sólo me podía permitir enviar a dos de mis hijos a la escuela, pero el curso que viene no podré mandar a ninguno', relata Silar, cuyos escasos ingresos no le permiten pagar los 200 pesos (4,6 dólares o 3 euros) mensuales que cuesta la matrícula escolar de su hijo, y ni siquiera los cien pesos que valen los libros.

A falta de maestros, los padres procuran enseñar a leer y a escribir a los más pequeños, a quienes encargan la tarea de recorrer a diario la orilla para recoger mejillones, ostras, o cualquier objeto que haya traído el oleaje y pueda ser vendido.

La mayoría de los pescadores filipinos salen a faenar con barcas a motor de unos nueve metros de largo, que parten al atardecer para regresar durante la madrugada del día siguiente.

De los 3.000 pesos que obtienen por la captura, más de 2.000 lo invierten en combustible y unos 300 los gastan en provisiones para alimentarse en el barco, por lo que cada marinero se lleva a casa de 60 a 40 pesos (menos de un dólar) cuando ese día la pesca se les ha dado bien.

Silar recuerda que hace muy pocos años por la captura les pagaban casi lo mismo que ahora cuando el precio del combustible se ha triplicado, y que por entonces, un kilo de arroz costaba la mitad que en la actualidad.

Los pescadores de Calibuyo, que como el resto de los filipinos se alimentan básicamente de arroz, tres veces al día, han tenido que racionar el consumo a causa de la subida del precio.

La Administración vende arroz de mala calidad subvencionado para los pobres a 18 pesos el kilo, pero sólo permite a cada familia comprar un máximo diario de dos kilos en almacenes estatales, que según denuncian los pescadores, son saqueados a placer por supuestos funcionarios corruptos.

La basura alfombra la orilla del mar y los caminos que llevan hasta Calibuyo, un conjunto de chamizos habitados por familias que emplean maderas y ramas en lugar de gas como combustible para cocinar lo poco que tienen, algún pescado, unas verduras, y de cuando en cuando, un trozo de carne para toda la familia.

En Calibuyo, como en otros muchos pueblos de pescadores, los chiquillos corretean por los montones de basura, la juventud cae en el abuso del alcohol y las drogas, y los más mayores como Silar observan las nubes y el mar para saber si mañana van a poder comer.

'Cuando hay un tifón, de dos a cuatro pescadores desaparecen en el mar y el nivel del agua crece e inunda nuestras casas', recuerda este pescador.


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Enrique Campoamor a las 9:46 a. m. | Permalink |


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