jueves, 8 de enero de 2009
Ritos de iniciación a la edad adulta en Filipinas
En pleno siglo XXI, miles de jóvenes de zonas rurales se someten cada año a la rudimentaria ceremonia, una prueba de valor que los prepara para dejar de ser niños y convertirse en hombres.
Coincidiendo generalmente con el inicio de las vacaciones escolares del verano, a los menores de entre 9 y 12 años les llega el momento de demostrar que pueden soportar el dolor y así ser más respetados por las mujeres, un paradigma de la cultura que domina en la antigua colonia española.
"Nadie los obliga, se trata de su hombría", explica Dennis Galicia, quien recibió el "tratamiento" en su pubertad y relata los pormenores del ritual.
Al amanecer, los jóvenes que van a ser circuncidados se bañan en el río para purificar sus cuerpos y ablandan el tejido de su glande con hojas hervidas de guava, una hierba salvaje que también hace de desinfectante.
Cuando están listos, se reúnen en uns parte del bosque para evitar ser vistos por alguna chica, pues una superstición afirma que si una mujer contempla la ceremonia, el escroto del joven crecerá de forma anormal.
Les espera el 'albularyo' o curandero del pueblo, quien se encarga de estas intervenciones ante la habitual ausencia de un médico.
Ante el terror del pequeño que se cubre los ojos, el "doctor" asesta una certera punzada con el 'bolo' (machete tradicional filipino), que basta para separar el pellejo del prepucio de la cabeza del pene.
"Bolo" filipino
Tras limpiar la sangre de la herida de la zona púbica (previamente esterilizada con raíces de un tubérculo), los jóvenes marchan hacia el mar o un río mascando hojas de guava para mitigar el dolor.
Cuando regresan a su hogar al anochecer, los padres les impiden salir del domicilio durante tres días, pero no para evitar riesgos durante el postoperatorio, sino para guardarse de las serpientes, ávidas de morder los sangrientos miembros de los muchachos, según una creencia popular filipina.
Restablecidos del dolor, los nuevos circuncisos se mofan de sus amigos que todavía no se han sometido a la operación y les llaman 'supot' (poco hombres).
"El temor a ser considerado un 'supot' por los miembros del grupo es mayor que el miedo al cuchillo", señala Galicia.
Aunque no se trate de un rito religioso, en algunas comunidades del único país católico de Asia se practica la operación en el Sábado Santo, la jornada que marca el fin de Semana Santa y el primer día que Jesucristo dejó de sangrar en la cruz.
Hoy en día, al ritual de la circuncisión tradicional sólo se someten los niños de las zonas más pobres y remotas de Filipinas.
En las grandes ciudades, los bebés son operados al poco tiempo de nacer, mientras la mayoría de los pueblos han puesto en marcha programas para que personal médico especializado practique las intervenciones con anestesia y garantías de higiene.
Las autoridades desaconsejan la ceremonia por su crudeza y riesgo de contraer enfermedades, pero no persiguen a los curanderos ni los niños que, voluntariamente o presionados por sus amigos, optan por esa vía para "hacerse hombres".
Por su parte, las organizaciones internacionales que defienden los derechos del menor tampoco ven con buenos ojos el ritual, aunque lo respetan porque no es forzoso, y apuestan por una mayor educación en materia de higiene sanitaria para que poco a poco se ponga fin a la costumbre.
"Nos parece una salvajada, pero es un rito ancestral y no podemos hacer nada", afirma Clara Gómez, de la oficina de Unicef en Manila.
Coincidiendo generalmente con el inicio de las vacaciones escolares del verano, a los menores de entre 9 y 12 años les llega el momento de demostrar que pueden soportar el dolor y así ser más respetados por las mujeres, un paradigma de la cultura que domina en la antigua colonia española.
"Nadie los obliga, se trata de su hombría", explica Dennis Galicia, quien recibió el "tratamiento" en su pubertad y relata los pormenores del ritual.
Al amanecer, los jóvenes que van a ser circuncidados se bañan en el río para purificar sus cuerpos y ablandan el tejido de su glande con hojas hervidas de guava, una hierba salvaje que también hace de desinfectante.
Cuando están listos, se reúnen en uns parte del bosque para evitar ser vistos por alguna chica, pues una superstición afirma que si una mujer contempla la ceremonia, el escroto del joven crecerá de forma anormal.
Les espera el 'albularyo' o curandero del pueblo, quien se encarga de estas intervenciones ante la habitual ausencia de un médico.
Ante el terror del pequeño que se cubre los ojos, el "doctor" asesta una certera punzada con el 'bolo' (machete tradicional filipino), que basta para separar el pellejo del prepucio de la cabeza del pene.
"Bolo" filipino
Cuando regresan a su hogar al anochecer, los padres les impiden salir del domicilio durante tres días, pero no para evitar riesgos durante el postoperatorio, sino para guardarse de las serpientes, ávidas de morder los sangrientos miembros de los muchachos, según una creencia popular filipina.
Restablecidos del dolor, los nuevos circuncisos se mofan de sus amigos que todavía no se han sometido a la operación y les llaman 'supot' (poco hombres).
"El temor a ser considerado un 'supot' por los miembros del grupo es mayor que el miedo al cuchillo", señala Galicia.
Aunque no se trate de un rito religioso, en algunas comunidades del único país católico de Asia se practica la operación en el Sábado Santo, la jornada que marca el fin de Semana Santa y el primer día que Jesucristo dejó de sangrar en la cruz.
Hoy en día, al ritual de la circuncisión tradicional sólo se someten los niños de las zonas más pobres y remotas de Filipinas.
En las grandes ciudades, los bebés son operados al poco tiempo de nacer, mientras la mayoría de los pueblos han puesto en marcha programas para que personal médico especializado practique las intervenciones con anestesia y garantías de higiene.
Las autoridades desaconsejan la ceremonia por su crudeza y riesgo de contraer enfermedades, pero no persiguen a los curanderos ni los niños que, voluntariamente o presionados por sus amigos, optan por esa vía para "hacerse hombres".
Por su parte, las organizaciones internacionales que defienden los derechos del menor tampoco ven con buenos ojos el ritual, aunque lo respetan porque no es forzoso, y apuestan por una mayor educación en materia de higiene sanitaria para que poco a poco se ponga fin a la costumbre.
"Nos parece una salvajada, pero es un rito ancestral y no podemos hacer nada", afirma Clara Gómez, de la oficina de Unicef en Manila.
Etiquetas: Historia y costumbres