viernes, 18 de septiembre de 2009
Nueva película filipina sobre los niños buzos de Manila
Meljun Guinto y otro medio centenar de niños de la mayor barriada chabolista de Filipinas están curtidos en la vida. La bahía de Manila es una gran cloaca donde van a parar los vertidos del cinturón industrial de la capital
La madre de Guinto es lavandera, asegura que cobra menos de mil 500 pesos al mes (unos 20 euros) y dice que desconocía que su hijo se jugaba la vida en la bahía.
No levantan un palmo del suelo, pero Meljun Guinto y otro medio centenar de niños de la mayor barriada chabolista de Filipinas están curtidos en la vida: cada día, buscan metales en las fétidas aguas de Manila para pagarse un cuenco de arroz. El reciente filme "Bakal Boys" ha relatado su dura historia.
La bahía de Manila es una gran cloaca donde van a parar los vertidos del cinturón industrial de la capital y las heces de sus doce millones de habitantes, antes de diluirse definitivamente en el Mar de China Meridional.
Altas dosis de mercurio, metales pesados, toneladas de plásticos y materia fecal han convertido este lugar en un gran retrete, muy distinto a las aguas turquesa plagadas de peces tropicales que son propias de las costas del archipiélago.
Es precisamente aquí donde Meljun Guinto y sus compañeros se calzan las precarias aletas que ellos mismos fabrican con planchas de madera y caucho desechado, para sumergirse a pelo en busca de metales caídos de los cargueros que transitan camino del puerto.
"Aguanto dos minutos debajo del agua sin respirar. Hago esto para ayudar a mi familia", explica Guinto, un espabilado crío de diez años que no había puesto un pie en la escuela antes de que el reputado guionista del cine independiente filipino Ralston Jover, le escogiera para protagonizar su debut en la dirección cinematográfica.
Guinto, que no sabe leer y escribir, se ha convertido en el héroe infantil del poblado y pasea su escaso metro veinte de altura por sus calles sin asfaltar, vestido con la camiseta nueva y los vaqueros facilitados por el equipo de producción de la película.
"El chatarrero es el capitán del barangay (el equivalente al alcalde del pueblo). Nos paga veinte pesos (50 céntimos de euros) por cada kilo de metal. A veces, nos baja el precio porque dice que no somos adultos", explica Guinto, que ha vivido toda su vida en una chabola sin agua corriente ni electricidad, pero que este otoño conocerá las comodidades de los hoteles de Europa, a donde viajará para promocionar la película en varios festivales.
"Cuando no encuentran mucha chatarra, roban material de los barcos. Es muy peligroso porque los guardias les amenazan, disparan indiscriminadamente contra ellos o les pegan", cuenta Jover, que antes de estrenarse en la dirección había escrito guiones para el director Diamante Mendoza, recientemente galardonado en Cannes.
Una anécdota ilustra la picardía desarrollada por estos niños, nacidos y crecidos en la miseria: "Trajimos un ancla para el rodaje y, cuando llegó el momento de gritar "acción", había desaparecido. Uno de los críos la había vendido porque necesitaba el dinero", recuerda Jover.
Por lo general, los padres aceptan con resignación el destino de pobreza que espera a sus hijos.Sin embargo, reconoce que aceptaba de buena gana los pocos pesos que éste le entregaba al final de la jornada, después de quedarse una pequeña parte para jugar a las máquinas de videojuegos o comprar golosinas.
"Sufren enfermedades de la piel y de pulmones. Además, de vez en cuando, uno de ellos desaparece en el mar", añade el productor Albert Almendralejo, que ha creado una organización benéfica para ofrecer una modesta educación a la quincena de menores que ha participado en el filme, muy alabado en el festival local Cinemalaya, celebrado el pasado julio.
Desafortunadamente, sacar de la calle a una docena de niños no cambiará grandes cosas en Filipinas, donde más de 29 mil menores de 10 a 14 años trabajan en el sector domestico.
"Pese a la aprobación de leyes que protegen a la infancia, la contratación de servicio domestico infantil está ampliamente extendida en la cultura filipina. Es una consecuencia de la pobreza", recuerda Clara Gómez, especialista de Unicef.
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